Día 27 - La Santidad y el Servicio

 

 

 

Día  27

La Santidad y el Servicio

 

Si alguien se mantiene limpio, llegará a ser un vaso noble, santificado, útil para el Señor y

preparado para para toda obra buena.


2 Timoteo  2:21

 
A través de toda la Escritura hemos visto que lo que el Señor santifica es para ser utilizado en el servicio de su santidad. Su santidad es una energía infinita que solo encuentra descanso santificado. Es un fuego consumidor que se expande por sí mismo, que busca consumir lo que es impuro y comunicar su santidad a todo el que la reciba. La santidad, de un lado, y el egoísmo, la pasividad y la pereza, del otro, son expresamente incompatibles e irreconciliables. Todo lo que leemos que es santo, fue tomado para el servicio de la santidad de Dios: el séptimo día, el tabernáculo, el altar, los sacerdotes y sus vestiduras, los sacrificios, los ángeles, los santos profetas y apóstoles, las santas Escrituras, todos fueron santificados para el servicio de Dios.

 

Procuremos asimilar esta relación mutua: somos santificados solo para servir; solo podemos servir si somos santificados. La santidad es esencial para realizar un servicio eficaz. Mientras mayor sea la santidad, mayor será la aptitud para el servicio; a medida que nuestra santidad es más real, tenemos más de Dios en nosotros, y más real y profunda es su penetración en el alma.

 

Procuremos asimilar esta relación mutua: somos santificados solo para servir; solo podemos

servir; si somos santificados.

 

En la iglesia del Señor se hace una enorme cantidad de trabajo que rinde poco fruto. Muchos se entregan a sí mismos al trabajo, pero hay en ellos muy poca santidad verdadera, muy poco del Espíritu Santo. Y es común verlos trabajar diligentemente, y externamente parecen exitosos. Sin embargo, los resultados espirituales en cuanto a la edificación de un templo santo para el Señor son muy pocos. El Señor no puede obrar en ellos porque no tiene el gobierno de su vida interior.

 

Escuche bien, si usted quiere ser un instrumento para honra y deleite del Señor, debe ser limpiado de toda contaminación. Debemos ser santificados, poseídos y habitados por el Espíritu de Dios; rendidos en las manos del Maestro, preparados para toda buena obra. Debemos ponernos bajo el poder de Dios; permitir que su santa voluntad habite en nosotros; vivir en obediencia a ella, como alguien que nos tiene poder para disponer de sí mismo; que el Espíritu Santo revele al santo en su trono. Que cada pensamiento de santidad, cada acto de fe u oración, cada esfuerzo por lograrla sea animado por nuestro sometimiento a al santidad de Dios para ser utilizado en su servicio.

 

Bendito Señor, escribe la lección de tu Palabra en lo profundo de mi corazón. Santifícame

para tu servicio, no importa cual puede ser. Yo desecho toda contaminación en mi vida y

procuró habitar en ti solamente. Llevar fruto en y a través de mi vida por toda la eternidad.

Amén.