Día 4 - La Santidad y la Revelación
Día 4
La Santidad y la Revelación
Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: -¡Moisés, Moisés! –
Aquí me tienes, respondió - No te acerques más –le dijo Dios-, quítate las sandalias porque estás
pisando tierra santa.
EXODO 3:4-5
¿ Y por qué era tierra santa? Porque Dios había llegado allí y la había ocupado. Donde Dios está hay santidad; es la presencia de Dios la que santifica. Vimos esta realidad en el paraíso cuando fue creado el ser humano. Y en este pasaje, donde la Escritura utiliza la palabra santo por segunda vez, este hecho se repite y enfatiza.
En la zarza ardiente Dios se hace conocer como el Dios que habita en medio del fuego, y esa relación entre el fuego y la santidad divina se menciona frecuentemente en las Escrituras. La naturaleza del fuego es tanto benéfica como destructiva. El sol puede dar vida y fruto, o puede abrasar hasta causar la muerte. Todo depende de ocupar la posición correcta ante él. Lo mismo ocurre en todo el lugar cuando Dios el santísimo se revela a sí mismo; encontramos que la santidad divina es juicio contra el pecado, destruyendo al pecador que permanece en él, y es misericordia, al liberar a su pueblo del pecado. El juicio y la misericordia siempre van juntos. El fuego es la energía más espiritual y poderosa; lo que consume lo que transforma de acuerdo con su propia naturaleza espiritual, desechando en la forma de humo y ceniza lo que no puede ser asimilado.
Donde Dios está hay santidad; es la presencia de Dios la que santifica.
Dios había revelado su cercanía y amistad con Abraham y los patriarcas. Luego fue dada la ley, el pecado se hizo manifiesto, y la distancia y lejanía de Dios se haría sentir, para que el ser humano, al conocer su pecaminosidad, conociera también a Dios y anhelara ser santo como Él. Dios se acerca a nosotros y no obstante se mantiene a distancia: el ser humano debe retroceder. La primera impresión que la santidad de Dios produce es de temor y asombro. El sentir de pecado, y su incompatibilidad con la presencia divina es el fundamento del verdadero conocimiento o de la adoración a Dios. Las sandalias representan nuestra comunión y nuestro amor por el mundo. Para estar en terreno santo, todo esto tiene que desecharse. Es con pies desnudos, desprovistos de cualquier cobertura, que el ser humano debe postrarse ante Dios. La carencia de aptitud para acercanos o para tener cualquier trato con el Dios santo, es la primera lección que tenemos que aprender si hemos de participar de su santidad.
Dios santo, veo que Tú habitas en el fuego. Escucho tu voz diciéndome que quite el calzado
de mis pies. Y mi alma ha tenido temor de mirarte a ti, el Santo. No obstante, tengo que verte,
Señor. ¡Que el fuego consuma todo lo que no es santo en mí! Amén.