06. La Oración que Prevalece

 

LA ORACION QUE PREVALECE

 

La mayoría de los cristianos llegan a este tipo de oración a través de un largo proceso. La mente gradualmente se les va llenando de ansiedad en cuanto algo.
Llega el
momento en que aun en sus trabajos con suspiros presentan sus anhelos a Dios. Es como la madre que tiene el hijo enfermo y se pasa el día suspiran­do como si el corazón se le fuera a partir.

 

Si es una madre que ora, sus suspiros los dirige a Dios. Si sale del  cuarto en que está el niño su mente permanece allí y se des­pierta sobresaltada pensando que el niño está muriendo.

Tiene la mente absorta en el niño enfermo. Este es el estado mental en que los cristianos ofrecen la oración que prevalece.

 

Si lo que quieres es orar en forma efectiva, ora intensamente. Se dice que el Apóstol Santiago oraba tanto que al morir tenía las rodillas encallecidas como las de un camello. ¡Ese era el secreto del triunfo de los ministros de la Iglesia primitiva! ¡Tenían rodillas encallecidas!

 

SI DESEAS QUE TU ORACION SEA EFECTIVA,
OFRÉCELA EN EL NOMBRE DE CRISTO.

 

He aquí lo que me conto un ministro una vez. En cierto pueblo hace años que no tenían avivamiento; la iglesia estaba casi extinta, los jóvenes eran todos inconversos y la desolación reinaba por doquier.  En un lugar apartado del pueblo vivía un anciano, herrero de oficio, tan tartamudo que daba pena oírle. Un viernes, mientras trabajaba a solas en el taller, no podía arrancarse del pensamiento la condición  en que la iglesia se encontraba. Llego a sentir tal agonía que tuvo que dejar de trabajar, cerrar el taller y pasarse la tarde en oración.

Siguió orando. El domingo, llamó al ministro y le urgió a que convocara a una reunión extraordinaria. Tras vacilar algo, el ministro consintió, no sin hacer constar sus temores de que pocos asistieran. La reunión habría de celebrarse aquella noche en una amplia casa particular. Se congregaron más de los que cabían en la casa. Permanecieron en silencio por algún rato, hasta que un pecador rompió a llorar y pidió que si alguien podía, orará por él. Luego otro hizo lo mismo, y otro, y otro más, hasta que se supo que el pueblo entero estaba bajo profunda convicción. Y, lo más extraordinario, habían empezado a sentir esa convicción de pecado mientras el anciano herrero oraba en su taller.