Día 30 - La Unción del Santo

 

 

Día 30

La Unción del Santo

 

Todos ustedes… han recibido unción del Santo, de manera que conocen la verdad. En cuanto a

ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe.

Esa unción es auténtica –no es falsa- y les enseña todas las cosas. Permanezcan en él, y tal y como

él les enseñó.

 

1 Juan 2:20  y 27

 

En la revelación de la santidad de Dios a Moisés, los sacerdotes fueron la expresión básica de esa santidad en el hombre. Y en los sacerdotes el aceite de la santa unción fue la gran expresión de la gracia que los santificaba (Éxodo 29:21; 30:25-32). Con este aceite debían ser ungidos y consagrados (Levítico 21: 10, 12). En la vida de nuestro Señor Jesús, su unción fue el Espíritu Santo (Hechos 10:38). Y esta es la unción de la cual habla el apóstol Juan en el pasaje arriba citado. El Espíritu Santo es la unción santa que recibe cada creyente.

 

Como el Dios Santo, el Padre nos da su unción, el aceite de la santidad, el Espíritu Santo. La santidad es, ciertamente, una unción divina. Así como no hay nada más penetrante que el olor con que la unción llena una casa, así mismo la santidad es un indescriptible y penetrante aliento de lo celestial que satura al ser sobre el cual reposa la unción. La santidad es la presencia invisible pero manifiesta del Dios Santo que reposa sobre su ungido.

 

¿Y quién es el que recibe? Solo quien se ha dado enteramente a sí mismo para ser santo como Dios es santo. Es solo en la intensidad de un alma conmovida y rendida al reino y a la obra de Dios puede la santidad hacerse realidad. Las vestiduras santas fueron preparadas solamente para los sacerdotes y su servicio. Al darnos cuenta del error de pensar que el trabajo para Cristo nos hace santos, cuidémonos también de lo opuesto, o sea esforzarnos por alcanzar la santidad sin trabajar. El creyente en el cual la santidad triunfa y el cual recibe la unción, es el que está dispuesto a vivir y a morir por el Señor.

 

La santidad es la presencia invisible pero manifiesta del Dios Santo que reposa

sobre su ungido.

 

Esta unción nos enseña a conocer todas las cosas. Ella nos enseña mediante un instinto divino por el cual el ungido reconoce lo que tiene una fragancia celestial, y lo que es terrenal. Y es la unción la que hace que la Palabra, y el nombre de Jesús en ella, sean, ciertamente, como unción que es esparcida.

 

Mi querido Padre, acércame a ti para que yo vea que para habitar en Cristo necesitamos la

unción fresca de tu Espíritu en mi vida. Enséñame día por día a esperar y recibir la unción

con aceite fresco. Amén.