Día 22 - En Cristo Nuestra Santificación
Día 22
En Cristo nuestra Santificación
Pero gracias a él están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría –es decir,
nuestra justificación, santificación y redención- para que, como está escrito:
“si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor.”
1 CORINTIOS 1:30-31
Estas palabras nos llevan al centro mismo de la revelación de Dios acerca de la forma de lograr la santidad. Conocemos los pasos que nos traen hasta aquí. Él es santo y la santidad es algo inherente a su persona. Él santifica acercándose al ser humano. Su presencia es santidad. En la vida de Cristo, la santidad que había sido revelada solo como promesa de cosas buenas que habrían de venir, se hizo real y tomó posesión de una voluntad humana y se hizo una con naturaleza humana. Su muerte eliminó todos los obstáculos que impedían que su naturaleza santa fuera nuestra. Cristo se convirtió realmente en nuestra santificación. A través del Espíritu Santo la verdadera comunicación de esa santidad se hizo una realidad. Y ahora queremos entender cuál es la obra que el Espíritu Santo hace, y cómo nos comunica esa naturaleza santa, cual es nuestra relación con Cristo como nuestro santificador, para que su plenitud y su poder puedan obrar en nosotros.
La respuesta divina a estos interrogantes es: “por Él ustedes están en Cristo Jesús.” Por un acto de la omnipotente gracia divina hemos sido plantados en Cristo, rodeados y circundados totalmente por el amor y el poder de quien llena todas las cosas, cuya plenitud habita especialmente en su cuerpo aquí en la tierra, que es su iglesia. Es una vida que es regalo del amor del Padre, y que Él mismo revela a cada creyente que con confianza infantil se acerca a Él. Una vida que en las diversas y cambiantes circunstancias y situaciones, nos hará y nos conservará santos.
Debemos recordar que la santidad es un asunto de fe y no de sentimientos.
Debemos recordar que la santidad es un asunto de fe y no de sentimientos. Precisamente cuando menos santo me siento, y cuando no puedo hacer nada para ser santo es el momento preciso para dejar de lado mi ego y decir muy quedamente: soy de Cristo. Como la luz que brilla sobre mí, aquí está mi Señor Jesús conmigo, con su presencia invisible pero real. Cristo no es solo un tesoro y la plenitud de gracia y poder ha la cual nos lleva el Espíritu. Él es además el Salvador viviente poseedor de un corazón que palpita con amor y ternura humanos sin dejar de ser divinos. En su amor tenemos la garantía de que su santidad llegará a nosotros. Y el Espíritu Santo despierta en nuestro interior la devoción que nos hace completamente suyos.
Señor Jesús, con esta fe me rindo a ti para hacer tu voluntad solamente. En todo lo que haga,
sea algo grande o pequeño, quiero actuar como un santificado en Cristo Jesús. Padre bueno,
mi fe clama a ti: ¡puedo ser santo, bendito sea mi Señor Jesús! Amén.