Día 11 - El Santo de Israel

Tesoros Devocionales - La Santidad Andrew Murray

 

 

 

Día 11

El Santo de Israel

 

“Yo soy el Señor que los sacó de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos, porque yo

soy santo. Considéralo santo, porque él ofrece el pan de tu DIOS. Santo será para ti, porque santo

soy yo, el Señor, que los santificó a ustedes.

 

LEVÍTICO 11:45; 21:8

 

 

En el libro de Éxodo encontramos a Dios haciendo provisión para la santidad de su pueblo. Empezó por enseñarles que todo lo que lo rodeaba, todo el que quisiera acercársele tenía que ser santo. Que solo habitaría en medio de la santidad, por lo tanto, ellos tendrían que ser un pueblo santo. En el libro de Levítico se nos lleva un paso más adelante. Tenemos aquí, en primer lugar, a Dios hablando de su propia santidad, haciendo una súplica a los hijos de Israel para que sean santos, a la vez se compromete con ellos a darles el poder para lograrlo. Sin esta promesa La revelación de la santidad sería incompleta, y el llamado a ser santos carecería de poder. La verdadera santidad se logra cuando aprendemos que solo Dios es santo, y que solo Él puede santificar. Y que la santificación ocurre cuando nos acercamos a Él en con amor y obediencia para que su santidad nos sature y repose en nosotros.

 

La santidad no solo descubre lo que es impuro y lo purifica, sino que es en

sí misma algo de infinita belleza.

 

Siendo así es correcto que procuremos saber lo que es la santidad del Señor. La palabra en el hebreo original, ya sea en el sentido de separar o de brillar, expresa la idea de distinguir algo o a alguien de entre varios, por su superior excelencia. Dios es separado y diferente a todo lo creado; como el santo que guarda su divina gloria y perfección de cualquier cosa que interfiera con ellas. En su santidad Él es ciertamente el incomparable; la santidad es suya y nada más; no hay nadie como Él en el cielo o en la tierra, excepto cuando Él confiere o transmite sus atributos. Nuestra santidad no consiste en un intento por imitar a Dios, sino en entrar en un estado de separación con Él, perteneciéndole por completo, apartados por Él y para Él.

 

La santidad de Dios también se refiere a su divina pureza; no es solamente odiar el pecado sino un más positivo elemento de perfecta belleza. La infinita pureza no puede mirar el pecado, y la justicia lo condena y lo castiga. Pero la santidad no sólo descubre lo que es impuro y lo purifica, sino que es en sí misma algo de infinita belleza. La pureza y la belleza perfectas son atributos de Dios. Y si su santidad ha de ser nuestra debe existir el permanente temor santo que tiembla ante La sola idea de agraviar la infinita sensibilidad del Dios santo con el pecado, y anhela la perfecta armonía con Él, la belleza del señor y la admiración de su divina gloria, y un gozoso sometimiento a Él solamente.

 

Padre santo, tu santidad es mi única esperanza, mi única liberación del pecado y del yo. Tú

eres infinitamente exaltado en pureza, más allá de toda mi imaginación. Acércame a Jesús.

Amén.