Día 7 - La Santidad y la Obediencia
Día 7
La Santidad y la Obediencia
Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que los he traído hacia mí como sobre alas de
águila. Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen mi pacto, serán mi propiedad
exclusiva entre todas las naciones, aunque toda la tierra me pertenece.
EXODO 19:4-6
Israel ha llegado hasta Horeb. Es el momento en que la ley ha sido dada y se ha establecido el pacto, y Dios pronuncia las primeras palabras para el pueblo: esas palabras hablan de redención y la bendición que ésta lleva consigo: la comunión con Dios mismo. Hablan de santidad como el propósito divino en la redención. Y establece la obediencia como el vínculo entre la redención y la santidad. La voluntad de Dios es la expresión de su santidad. A medida que hacemos su voluntad, entramos en contacto con su santidad.
Obedecer su voz es seguirlo a medida que nos guía en el camino de la plena
revelación de sí mismo.
Esto nos lleva otra vez a lo que vimos en el paraíso. Dios santificó el séptimo día como el tiempo para santificar al hombre. ¿Y qué fue lo primero que hizo con este propósito? Lo primero que hizo fue darle un mandamiento. La obediencia a este mandamiento le abriría la puerta a la santidad de Dios. La santidad es un atributo moral; y moral es lo que una voluntad libre elige y determina por si misma. Lo que Dios crea y da es, naturalmente, bueno. Lo que el hombre desea tener de Dios y de su voluntad, y realmente se apropia de ello, tiene valor moral y lleva a la santidad. En la creación Dios manifestó su sabiduría y su buena voluntad. El Señor expresa su buena voluntad a través de sus mandamientos. Cuando aquello que es santo entra en la voluntad del hombre, y cuando el hombre acepta y se une a sí mismo con la voluntad de Dios, llega a ser santo. Después de la creación, en el séptimo día, Dios tomó al hombre dentro de su obra de santificación para hacerlo santo. La obediencia es la senda hacia la santidad porque es la senda que nos une con la santa voluntad de Dios. Para todos: para el hombre cuando no había caído aún, para el hombre después de la caída, en la redención aquí, y arriba en gloria, para todos los santos ángeles, para el mismo Cristo, el santo de Dios, la obediencia es el camino a la santidad. No hay tal cosa como santidad por sí sola: cuando la voluntad humana se abre en si misma para hacer la voluntad divina, Dios se comunica a sí mismo y comunica su santidad. Obedecer su voz es seguirlo a medida que nos guía en el camino de la plena revelación de sí mismo.
¡Obediencia! No el conocimiento de la voluntad de Dios, no su aprobación, ni siquiera la voluntad de obedecerla, sino hacer y cumplir esa voluntad. El conocimiento, la aprobación y la voluntad deben llevar a la acción; la voluntad de Dios debe ser hecha. Lo que Dios pide de su pueblo cuando habla de santidad, no es fe, no es adoración, ni es profesión: es obediencia.
Querido Padre celestial, que la obediencia, el oír y hacer tu voluntad sean el gozo y la gloria
de mi vida. Hazme un miembro de tu pueblo santo, una posesión tuya que tú atesoras. Amén.