Capítulo 4 - La Investidura de Poder desde lo Alto

 

PODER DESDE LO ALTO

 

 

POR

CHARLES G. FINNEY

 

Capítulo 4

 

La Investidura de Poder desde lo Alto

 

En este artículo propongo considerar las condiciones por las que esta investidura de poder puede obtenerse. Dejemos que las escrituras nos den un poco de luz. No llenaré sus páginas con citas de la Biblia, sino simplemente estableceré unos hechos que serán reconocidos sin problema por cualquier lector de las escrituras. Si los lectores de este artículo leen en el último capítulo de Mateo y de Lucas la comisión que dio Cristo a sus discípulos, y en conexión leen los primeros dos capítulos de los Hechos de los apóstoles, estarán preparados para ver lo que he dicho en este artículo.

 

1. Los discípulos se habían convertido a Cristo, y su fe había sido confirmada por su resurrección. Pero aquí permítaseme decir que la conversión a Cristo no se debe confundir con la gran obra de la conversión del mundo. La conversión del alma tiene que ver directamente y personalmente con Cristo. Rinde sus perjuicios, sus antagonismos, su actitud de rectitud falsa, su incredulidad, su egoísmo; lo acepta, confía en él, y supremamente lo ama. Todo esto habían claramente hecho sus discípulos más o menos. Pero aún no había recibido ninguna comisión definitiva, y ninguna investidura de poder para cumplir una comisión.

 

2. Pero cuando Cristo había disipado la gran perplejidad de ellos que resultó de su crucifixión, y había confirmado la fe de ellos por encuentros repetidos con ellos, les dio la gran comisión para ganar todas las naciones para Él. Pero les advirtió que permanecieran en Jerusalén hasta que fueran investidos con poder desde lo alto, el cual dijo que recibirían dentro de poco. Ahora obsérvese lo que hicieron. Se reunieron los hombres y las mujeres para orar. Aceptaron la comisión, y sin duda, entendieron la naturaleza de la comisión, y la necesidad de una investidura espiritual la cual Cristo había prometido. Mientras continuaban día tras día en oración y consulta, sin duda, vieron más y más las dificultades que tendrían, y sentirían más y más la ineficacia para la tarea. Una consideración de las circunstancias y resultados lleva a la conclusión que ellos se consagraron, con todo lo que tenían, a la conversión de la palabra como la obra de su vida. Debieron haber renunciado completamente a la idea de vivir para sí mismos en cualquier forma, dedicarse a sí mismos con todo su fuerza a la obra puesta ante ellos. Esta consagración de sí mismos a la obra, esta renuncia de sí mismos, este morir a todo lo que el mundo pudiera ofrecerles, debió, en el orden de la naturaleza, haber precedido su búsqueda inteligente de la investidura prometida de poder desde lo alto. Entonces continuaron, en común acuerdo, en oración por el bautismo ofrecido del Espíritu, que incluía todo lo esencial para su éxito. Obsérvese, tenían una obra puesta ante ellos. Tenían una promesa de poder para llevarla a cabo. Fueron advertidos para esperar hasta que la promesa se cumpliera. ¿Cómo esperaron? No en apatía ni indiferencia; no en hacer preparativos para el estudio y de otra forma arreglárselas sin la promesa; no por meterse en lo que les incumbía, y ofrecer una oración ocasional que la promesa pudiera ser cumplida, sino continuaron en oración, y persistieron en su súplica hasta que la respuesta llegara. Entendieron que iba a ser por el bautismo del Espíritu Santo. Entendieron que iba a recibirse de parte de Cristo. Oraron en fe. Se aferraron, con la expectativa más firme, hasta que llegó la investidura. Ahora, que estos hechos nos instruyan en cuanto a las condiciones para recibir esta investidura de poder.

 

Nosotros, como cristianos, tenemos la misma comisión que cumplir. Tan cierto como ellos la necesitaron, necesitamos una investidura de poder desde lo alto. Desde luego, el mismo mandato, esperar en Dios hasta que la recibamos, es dada a nosotros.

 

Tenemos la misma promesa que ellos tuvieron. Ahora, tomemos sustancialmente y en espíritu el mismo rumbo que ellos tomaron. Eran cristianos, y tenían una medida del Espíritu para dirigirlos en oración y consagración. También nosotros. Todo cristiano posee una medida del Espíritu de Cristo, suficiente del Espíritu Santo para dirigirnos a la verdadera consagración e inspirarnos con la fe que es esencial para nuestra prevalencia en oración. Entonces no la aflijamos o resistamos, sino aceptemos la comisión, plenamente consagrémonos, con todo lo que tenemos, a la salvación de las almas como nuestra mayor obra de vida. Vayamos al altar con todo lo que tenemos, y echémonos ahí y persistamos en oración hasta que recibamos la investidura. Ahora, obsérvese, la conversión a Cristo no debe confundirse con la aceptación de su comisión para convertir al mundo. Lo primero es una transacción personal entre el alma y Cristo relacionada a su propia salvación. Lo segundo es la aceptación del alma del Servicio en el que Cristo propone emplearla. Cristo no nos requiere hacer ladrillo sin paja. A quien le da la comisión también se le da la orden y la promesa. Si la comisión es aceptada con gusto, si la promesa se cree, si la orden de esperar en el Señor hasta que nuestra fuerza sea renovada es cumplida, recibiremos la investidura.

 

Es importante que todos los cristianos entendamos que esta comisión para convertir al mundo es dada a ellos individualmente por Cristo.

Todos tienen la gran responsabilidad dada para ganar para Cristo tantas almas como sea posible. Éste es el gran privilegio y deber de todos los discípulos de Cristo. Hay muchos departamentos en esta obra. Pero en cada uno, debemos y podemos poseer este poder, sea que prediquemos, u oremos, o escribamos, o imprimamos, o comerciemos, o viajemos, cuidemos a los hijos, administremos el gobierno del estado, o lo que hagamos, toda nuestra vida entera e influencia debe ser permeada con este poder. Cristo dijo: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" --esto es, una influencia cristiana, teniendo en ella el elemento de poder para imprimir la verdad de Cristo en los corazones de los hombres, procederá de Él. La gran carencia de la Iglesia hoy es, primero, la convicción para darse cuenta de que esta comisión para convertir al mundo es dada a cada uno de los discípulos de Cristo como su obra de vida. Me temo que debo decir que grandes masas de cristianos profesantes parecen que nunca han sido impresionadas con esta verdad. La obra de las almas salvadoras se la dejan a los ministros. La segunda gran carencia es darse cuenta de la convicción de la necesidad de esta investidura de poder en cada alma. Muchos profesantes de religión suponen que pertenece especial y solamente a quienes son llamados a predicar el evangelio como una obra de vida. Fallan en darse cuenta que todos somos llamados a predicar el evangelio, que toda la vida entera de cada cristiano es ser una proclamación de la buenas nuevas. Una tercera carencia es una fe esforzada en la promesa de la investidura. Muchos profesantes de religión, e incluso ministros, parecen dudar si esta promesa es para toda la Iglesia y para cada cristiano. Como consecuencia, no tienen fe en qué agarrarse. Si no pertenece a todos, no saben a quién le pertenece. Desde luego, no pueden agarrarse de la promesa por fe. Una cuarta carencia es que la persistencia es esperarla en Dios que está prescrita en las escrituras. Desfallecen antes de prevalecer y, por tanto, no reciben la investidura. Multitudes parecen satisfacerse a sí mismas con la esperanza de vida eterna para ellas. Nunca están listas para quitar la pregunta de su propia salvación, dejando eso, como arreglado, con Cristo. No están listos para aceptar la gran comisión para la obra para la salvación de otros, porque su fe es tan débil que no dejan con firmeza la pregunta de su propia salvación en manos de Cristo; e incluso algunos ministros de evangelio, veo yo, que están en la misma condición, y están deteniendo de la misma forma, siendo incapaces de entregarse ellos mismos completamente a la obra para salvar a otros, porque en una medida están sin arreglar su propia salvación. Es asombroso presenciar la extensión que Iglesia ha perdido la mira de la necesidad de esta investidura de poder. Mucho se dice de nuestra dependencia en el Espíritu Santo por casi todos, pero qué poco se dan cuenta de esta dependencia. Los cristianos, e incluso ministros, van a la obra sin ella. Lamento verme obligado a decir que en las filas del ministerio parecen ser cubiertas por aquellos que no la poseen. ¡Qué el Señor tenga misericordia de nosotros! ¿Acaso se pensará de esta última observación como severa? Si así es, que sea escuchado, por ejemplo, el reporte del Home Missionary Society, sobre este tema. Seguramente algo está mal.

 

Un promedio de cinco almas ganadas para Cristo por cada misionero de esa Sociedad en un trabajo de un año indica una debilidad muy alarmante en el ministerio. ¿Han sido todos o la mayoría de estos ministros investidos con el poder que Cristo prometió? Si no es así, ¿por qué no? Pero sí han sido investidos, ¿es todo lo que Cristo intentaba con su promesa? En un artículo anterior dije que el recibimiento de esta investidura de poder es instantáneo. No es mi intención aseverar que en cada instancia quien recibe estaba consciente del momento preciso en el que el poder comenzaba a operar en él con fuerza. Pudo haber comenzado como el rocío y pudo haber aumentado como una lluvia. He aludido al reporte del Home Missionary Society no que suponga que los hermanos que trabajan para esa Sociedad sean excepcionalmente débiles en la fe y poder como colaboradores para Dios. Al contrario, por mi relación con algunos de ellos los considero como nuestros colaboradores más dedicados y sacrificados en la causa de Dios. Este hecho ilustra la debilidad alarmante que prevalece en cada rama de la Iglesia, tanto en laicos como ministros. ¿Acaso no somos débiles? ¿Acaso no somos criminalmente débiles? Se me ha sugerido que al escribir así ofendo al ministerio y a la Iglesia. No puedo creer que esta declaración de un hecho tan palpable sea considerada como una ofensa. El hecho es que hay algo tristemente defectivo en la educación del ministerio y de la Iglesia. El ministerio es débil porque la Iglesia es débil. Y entonces, de nuevo, la Iglesia es mantenida débil por la debilidad del ministerio. ¡Ah, por una convicción de la necesidad de esta investidura de poder y fe en la promesa de Cristo!