5. ¿Dónde Están Los Intercesores Agonizantes?

 

 

 

 

 

 

Si no somos intercesores que lloran y agonizan, mejor será, que confesemos, lo más pronto que hemos perdido el agonizante anhelo de ganar almas, para la causa de Cristo.

Fijémonos en el sorprendente hecho inexorable de habernos acostumbrado a los pesados pasos que dan las almas perdidas, las que vagan por los caminos, hacia una eternidad sin Cristo.

Parece que hemos perdido el poder de llorar, de luchar, de rogar y de agonizar por las almas perdidas. Las multitudes que están sin Cristo no tienen la convicción de su condición de estar perdidas, simplemente porque a nosotros nos falta la convicción y la clara visión acerca de su estado horrendo de eterna aflicción.

Jorge Whitefield gritó “Denme almas o tome la mía...” Existe una pasión por las almas, una carga profunda por los hombres, y, una solicitud por el rebaño de Dios, la cual mendiga palabras, exhala suspiros y derrama lágrimas".

Un hombre santo que vivió en época anterior a los días del automóvil, dijo que un día abandonó su trabajo a eso de la mitad de la tarde, ensilló su caballo y cabalgó 32 kilómetros para ir a orar con un hombre que se sentía a la deriva, sin Dios.

Escuchémoslo:                                                              

"No pude menos que hacerlo, mi amor e interés por él, eran tan grandes que no pude descansar hasta que hube hecho lo mejor para llevarlo a Dios".

Querido hermano, esta agonía por las almas es la que debemos recuperar. David Brainerd dijo: "No me importa a dónde voy o cómo vivo, ni lo que tenga que soportar, con tal que pueda ganar almas para Cristo. Cuando duermo, sueño con ellas, y cuando despierto, ellas están primero en mi pensamiento... Por mucho que tenga del logro escolástico, la exposición hábil y profunda, la elocuencia brillante y vibrante, no pueden satisfacer la ausencia del amor profundo, apasionado y compasivo por las almas".

Juan Fletcher, hombre de oración, dijo: "El amor continuo y universal, el amor ardiente, es el alma de todas la labores de un ministro".

Intercesores sin pasión.

Tratamos de convencer sin pasión, de ganar sin conquistar. Es imposible ganar almas, con corazones fríos y ojos secos.

En vez de lloro, ayuno y oración, se busca comer y beber, divertirse y provocar diversión. ¡Y entonces nos preguntamos por qué la gente no es salvada! Sólo la humildad de alma y la oración en el aposento alto, nos preparan para la visitación de Dios.
La razón del por qué no hay intercesores, es que no hay pena, no hay lágrimas "entre el atrio y el altar", es que el pueblo de Dios no se ha despertado a la condición deplorable del presente. La mayoría siente que en todas partes hay abundante prueba para el crecimiento de la iglesia y para el verdadero progreso espiritual. Pero la verdad es que con el aumento de los miembros en la iglesia, las normas de moralidad han decaído.